Parashat Ekev

Escrito el: 24 de agosto, 2016

Recuerdo una escena memorable en la película “Tevie el lechero”, en la que Motl, el yerno de Tevie, recibe una máquina de coser que había comprado y ante el asombro de sus vecinos se pregunta si hay una bendición para decir por su nueva adquisición. ¿Una bendición por una máquina de coser? Consultan entonces al Rabino del pueblo, quien contesta en medio de atentas miradas de los vecinos, que ¡para todo hay una bendición!.

Está prescripto que debemos bendecir desde que nos despertamos hasta antes de dormirnos.

Enseña el Arizal (1534-1572) que cada día una persona debe esforzarse por responder amén al menos a noventa bendiciones, recitar cuatro veces la Kedushá, diez veces el Kadish y decir como mínimo cien bendiciones. La palabra Tzadik -justo- tiene esta fórmula en el valor numérico de sus letras (Tz=90, D=4, I=10, K=100).

La parashá de esta semana nos habla de mitzvot (preceptos), recompensas, pruebas y bendiciones. Moshé continúa con sus discursos a los hijos de Israel haciendo hincapié en las bondades de la tierra a la que van a entrar pero alertándolos de que esas bendiciones dependerían del grado de adhesión de ellos al Pacto con Di´s.

“Él te alimentó con el maná que tú ni tus antepasados conocían, para hacerte saber que no sólo del pan vive el hombre, sino que de todo lo que emana de la boca de Dios vive el hombre.”
(Devarim 8:3)

El man caía del cielo pero no era gratuito , había que cumplir con ciertos requisitos al recibirlo. Cada uno debía recoger por la mañana su porción personal, que era suficiente para ese día (salvo el viernes que caía doble para que una parte sea consumida en Shabat).

Este “pan del cielo” alimentó a Israel en su camino por el desierto durante cuarenta años. Nuestros sabios nos dicen que esta forma de alimento, desconocida previamente implicó aceptación y adaptación a lo nuevo.

Pero la singular del man estaba en que no necesitaba sólo de una elaboración material sino por sobre todo de un trabajo espiritual.

Enseña el Arizal que cada uno recibía el man de una forma distinta. A algunos les caía en la puerta de su tienda, recién horneado, con un aroma exquisito. Otros debían caminar varias cuadras para buscarlo y no siempre se encontraba en el mejor estado, sino que podía estar un poco crudo o algo quemado.

¿De qué dependía cómo cada uno lo obtenía?

Aquí está la clave de lo más significativo de este nutriente. De hecho, la respuesta a este interrogante es lo que lleva a la queja generalizada de quienes, durante la travesía en el desierto piden volver a Egipto porque “allí comían bien y podían acceder a pescados gratis y carne”, cosa imposible y falsa. En Mitzraim nada era gratis y mucho menos rico. ¿y carne? ¿qué esclavo comía carne allí? ¿qué es lo que pasa? ¿por qué mienten para no comer más el pan del cielo?

Porque cada uno lo recibía según su estado espiritual. De repente alguien a quien consideraban un sabio, o un benefactor tenía que atravesar todo el campamento y volver con el man que nada tenía de sabroso a la vista de todos. Y otras personas, simples, que no hacían alarde de su poder lo recibían en la entrada de su tienda con el mejor aroma, calentito, recién hecho. El man delataba el trabajo espiritual que cada uno había alcanzado. No había forma de esconder los malos sentimientos o pensamientos. Todo quedaba allí, expuesto. ¿Y quién quería hacer ese trabajo, el más difícil de todos? Confrontarse con uno mismo y con Di´s y mejorar lo que no se ve, lo que pasa en el interior, el trabajo del alma.

El objetivo del man no era mostrar lo peor de cada uno sino todo lo contrario, motivar el cambio y el crecimiento espiritual, motor de todo lo que hacemos y vivimos.

Afrontar la prueba y superarla requiere tener conciencia de que aunque nuestras vidas dependan de lo material para subsistir, sin lo espiritual, sin la fe, nuestra vida pierde sentido. Porque el mundo espiritual es nuestra finalidad última.

“Comerás, te saciarás y bendecirás al Eterno tu Dios por la tierra buena que te dio” (Devarim 8:10)

Los maestros jasídicos se preguntan: “Nuestros cuerpos reciben su nutrición de la comida, pero, ¿de dónde obtiene su sustento el alma?

Cuando comemos, nuestros cuerpos se nutren con los componentes físicos del alimento y al mismo tiempo nuestro espíritu es nutrido por los componentes espirituales. Cuando bendecimos antes y después de comer agradeciendo a Di´s, lo que estamos haciendo es prepararnos para recibir ese componente Divino.

Decir bendiciones, poner brajot en nuestras bocas trae brajot a nuestras vidas. Recibir a Di´s y agradecerle por lo que nos provee requiere no sólo mover los labios sino un esfuerzo para mejorar nuestra vida interior.

Quiera Di´s que tengamos la fuerza y el coraje de hacer los cambios positivos necesarios para encontrar el man exquisito, recién horneado, en la puerta de nuestra tienda.

Shabat Shalom Umeboraj!!!!

Diego Elman
Seminarista Rabínico
Adjunto al Rabinato de la Comunidad Mishkàn